martes, 11 de octubre de 2011

WHITESNAKE & JUDAS PRIEST: Un festival impresionante!!!


ESTADIO RACING CLUB - Avellaneda, Argentina
18 de septiembre de 2011

Pintaba ser una linda tarde en el Sur, aunque el clima no fue de lo más ameno. Ya desde temprano se fue congregando gente en las cercanías del estadio de Racing para empezar a disfrutar de las bandas que iban a telonear a Whitesnake y Judas Priest. A las 5 y media más o menos, subió Lovorne al escenario, banda liderada por Luciano Napolitano, sin que haga falta decir que es el hijo de nuestro querido Carpo. Ya desde su voz podemos encontrar en él la esencia del rock en sus venas. Un sonido muy bueno el de la banda, ciertamente.

Tocaron alrededor de 12 temas de sus tres discos en una excelente presentación, con temas como “La Llamada”, “Desnuda”, “Sexo, Fierros y Rock And Roll” o “Qué pasa por mi cabeza”. Sin dudas, ver la viola que usaba Pappo fue el toque emotivo de la tarde.

Pasadas las 6 subió Tren Loco, quienes dieron un show de poco más de una hora, desplegando su sonido potente y compacto, con la inconfundible voz de Carlos Cabral, que en los registros en vivo es impresionante. Dentro del set list sonaron “Venas de Acero”, “Antihéroes”, “Yugular Center”, “Hoy”, “Patrulla Bonaerense”, “Barrio Bajo”, “Fuera de la Ley”, y cerraron con “Tempestades”. No hubo practicamente un tema sin un pogo. Demoledor.

...Y si. Como dice un amigo, los años no viene solos. Ya desde aquella noche del 12 de diciembre de 1997 en el estadio de Ferro, supimos que el caudal de voz llamado David Coverdale, que deslumbró en registros que van desde California Jam, pasando por Live in the Heart of the City y que terminó desmoronando a un Maracaná entero en aquel sorprendente show en el Rock in Rio de 1985, ya no era el mismo. Pero, si nos quedamos tan solo con eso, es posible que nos perdamos de algo grande.

Porque, más allá del paso del tiempo, Coverdale sigue siendo uno de los mejores exponentes de la escena del hard rock, y nos permitió -a todos los que allá lejos y hace tiempo fuimos picados por la Serpiente Blanca- darnos el lujo de vivir un emocionante show. Sabido es que hay cosas de las que no se vuelve. Whitesnake es una de ellas.

Personalmente, los nervios de la previa se acrecentaron llegado el momento de la recta final de la espera -mientras los plomos iban desplegando el telón de fondo con el logo de la banda y armando los instrumentos- más que nada, porque sobrevolaba la duda de cómo iba a estar aquella garganta. Y debo decir que al margen de algunos altibajos, David no defraudó.

Porque compartió con nosotros su vitalidad, su potencia, su carisma, su emoción transmitida en cada susurro, en gesto intenso al momento hacernos saber que todavía es el dueño de esa voz que trajo al mundo discos imprescindibles para quienes gustan disfrutar de la excelencia musical y de un cantante de aquellos.

Con mucha puntualidad, se escucharon los acordes de “My Generation” de The Who, encadenados con las primeras notas de “Beast years” del disco Good To Be Bad, que los convocaba esa noche, donde Corvedale y sus secuaces, Doug Aldrich y Reab Beach en guitarras, Michael Devin en bajo, y la batería de Brian Tichy, comenzaron a ofrecer aquello que mejor saben hacer: rockear a más no poder y lograr que todos los presentes en el Cilindro de Avellaneda, hagamos un viaje en el tiempo hacia la épocas más gloriosas de Whitesnake, intercalados con la sobriedad del nuevo álbum, que no tiene nada que envidiarle a los temas clásicos de la banda.

“Give Me All Your Love” nos transportó a muchos a la adolescencia que quedó atrás, saltando a la par de ese estribillo festivo que bajó los decibeles con “Love Ain´t no Stranger”, y el lento eterno, “Is This Love”. Con los cortes del nuevo álbum, “Steal Your Heart Away”, “Forevermore” y “Love Will Set You Free” se demostró una vez más el ojo de Coverdale para elegir a los músicos que lo acompañan.

Doug Aldrich y Reab Beach son dos bestias de la guitarra eléctrica, que vienen de una camada de bandas, como Winger, Dokken en House of Lord, Hurricane y Dio, que nos hicieron presenciar un excelente duelo de guitarras. Otro tanto nos dio el batero, con su clínica de cómo tocar con las manos desnudas y el revoleo de los palillos por el aire. Y ¿que decir de Michael Devin que no se haya podido apreciar en escena? Otra muestra de la excelencia de la banda que estaba a la vista.
“Fool For Your Loving”, “Here I Go Again” y “Still of the Night” mostraron a un Coverdale con la voz mucho más rasposa y agresiva, al que le quedan mejor los temas nuevos, que los de antes y que, al margen de algunas imperfecciones en su registro, no deja de conmover. Si a eso le sumamos las arrugas que marcan la cara de este señor maduro, que conserva la actitud característica que lo hizo famoso, micrófono con pie en mano, balanceándose como dueño indiscutido de la sensualidad en el hard rock, valió la pena estar ahí.

Para el final, que no merecía llegar nunca, por la lista de temas que se anhelaban oir, vino el viaje en el tiempo, más emotivo e imprescindible: ese vaiven entre “Soldier of Fortune” a capella, “Burn” y una pizca de “Stormbringer”. Ya con el audio del clásico “We Wish You Well” sonando de fondo, la banda terminó por cerrar a puro recuerdo y realidad, esta primer parte del festival.
Mientras desarmaban el escenario de la serpiente, comenzaba la espera ansiosa del show de Judas Priest. Así, sin mucho preámbulo ni más que decir. Saber que estaba por subir a escena la banda del pelado Halford ya pagaba todas las fantasías habidas, y por haber. Y más aún con la idea de que sería el último show de Judas para nosotros. Había que disfrutarlo a pleno.

Con mucha puntualidad, a las 21 hs. se iluminó el escenario para correrse el telón y dejarnos ver una escenografía, réplica de una fundidora, con enormes recipientes de fundición a cada lado y cadenas que salían de cada una de ellas, con el logo de la “Epitaph World Tour”, junto a la banda a pleno, con los primeros acordes de “Rapid Fire” extraído de “British Steel”, como puntapié inicial para que a lo largo de la noche se sucedieran temas sacados de casi todos los discos de Judas. Puedo adelantar que el show fue algo así como una autobiografía de la banda, porque sonaron clásicos de todos los discos que esperábamos escuchar.

¿Qué decir de la banda en sí misma? Un tanque de guerra armado para hacer rodar, no algunas, sino todas las cabezas ahí presentes. Entre la potencia de cada uno de los músicos al mando de su instrumento, el escenario ambientado al fondo con imágenes de las tapas de los discos de cada tema que se escuchaba, lásers multicolor que irradiadiaban hacia todo el estadio, humo, explosiones y llamaradas que salían de los laterales del escenario, en los momentos indicados, Halford haciendo un cambio de atuendo para cada interpretación y un sonido demoledor, me permiten afirmar que el Painkiller estuvo allí esa noche.

“Metal Gods”, siguió en el set list para comenzar a generar el feedback entre la gente y la banda, que durante dos horas nos deleitó con piezas de colección como “Heading out to the Highway”, “Victim of Changes”, “Starbreaker”, “Beyond the Realms of Death” y “Never Satisfied”.

La ausencia de K.K. Downing reemplazada por Richie Faulkner, le dió un aire fresco al sonido Judas, digno de destacar. Pero no se dejó de extrañar aquella dupla que con Glen Tipton nos hizo disfrutar con sus solos a lo largo de toda la trayectoria de esta leyenda del metal. De todas maneras, este joven guitarrista, no sólo se puso en las botas de su antecesor, sino que además demostró sus propios aportes musicales, estar a la altura de Tipton y haber sido una acertada elección. Halford desplegó su talento y capacidad vocal hasta límites inimaginables, la base rítmica integrada por Scott Travis y Ian Hill, potente y precisa, gracias a ese gigante que desde el fondo del escenario hace de la batería una aplanadora imparable como sustento inquebrantable de cada tema de la banda.

La década del 80 fue representada por temas como “Breaking the Law”, “Electric Eye”, “The Sentinel” y “Turbolover” donde el espíritu festivo ya estaba en su apogeo para luego darle lugar a un tremendo “Nightcrawler” donde además de destrozar el estadio con sus alaridos, el pelado se mostró más entero que nunca.

“Prophecy” y “Judas Rising”, y una hermosa versión conmovedora del clásico de Joan Baez “Diamonds and rust”, fueron la antesala para “Blood Red Skies”, “The Green Manalishi”, y “Breaking The Law” cantada por todo el estadio para beneplácito de Halford que se guardó su garganta para lo que se venía, mientras veía feliz como su tropa devota cantaba en su lugar. Y lo bien que hizo en preservarse.

Es que faltaba una de las partes más esperadas de la noche: el “Painkiller”, que ya es un himno irremplazable, cantado con la excelencia a la que nos tiene acostumbrados este hombre, Racing se vino abajo, y no tenía manera de recuperarse porque le siguieron reliquias como “The Hellion”, “Electrice Eye”, “Hell Bent For Leather”, con un Halford en su mejor expresión (ya para ese entonces montado en su Harley Davidson). Y si no alcanzaba con todo lo ya vivido, “You’ve Got Another Thing Coming” y “Living After Midnight” nos dieron un cierre de lujo para una noche donde tuvimos la dicha de revivir los mejores momentos de la carrera de estos dioses del metal que nos quitaron el aliento, pero a cambio nos dejaron con una sonrisa dibujada y a algunos, hasta hoy, creo que les dura. Si esto fue una despedida, estuvo a la altura de las circunstancias. Sinó (ojalá que así sea) podamos volver a vivir una noche como esta.

Por Mariana Weingast

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