Sabemos que la venida de
Iron Maiden a la Argentina
se transformó en una (muy) sana costumbre. También sabemos que el marco de un
River no es un dato menor para transformar un recital en una noche en mágica y
para el recuerdo.
Los amantes de Maiden nos
debíamos un Monumental con la
Doncella, aunque un solo aspecto perturbaba un poco los
ánimos: el fiasco que fue para el fan argentino el amague con el DVD que
posteriormente salió como En Vivo (en Santiago), podría haberse traducido en
una mermada concurrencia al show. Pero para adelantar el cuentito sabemos que sucedió
casi lo contrario. Se ve que a Maiden le perdonamos cualquier cosa.
Pude llegar cuando Lovorne
estaba a unas canciones de finalizar su set. El vástago del Carpo dijo presente
con su banda y su rock riffero característico, con un invitado de lujo: Juan
“Locomotora” Espósito, legendario baterista de El Reloj. Con una performance un
tanto desajustada, cerraron con un inevitable e ineludible homenaje a Pappo de
la mano de “Sucio y Desprolijo”, tema que encendió los cánticos de la tribuna: “Pappo
no murió”.
Tras el cambio de backline
llegó el turno del primer acto internacional. Los suecos Ghost B. C. irrumpieron luego de una intro
gótico-gregoriana ante la sorpresa de los desprevenidos y el júbilo de quienes
los esperábamos. Mezclaron canciones de sus dos únicas obras, Opus Eponymous (2010) y Infestissumam (2013), arrancando de manera
idéntica al último álbum. Desde la Platea Alta puedo afirmar que el sonido fue
pésimo, ya que no se pudieron apreciar con claridad los climas ni las
diferentes texturas de la propuesta de la banda.
Me jugó a favor conocer su
música para intentar al menos disfrutar de Papa Emeritus II y sus Nameless
Ghouls. Y acá hago una pausa para explicar que si hay un rasgo que caracteriza
a Ghost es el anonimato de sus miembros, ya que han decidido no revelar
públicamente sus nombres. De esta manera, al cantante se lo conoce bajo el
nombre de Papa Emeritus II, mientras que a los cinco músicos que lo acompañan
se los conoce como los "Nameless Ghouls".
La banda contó con una
buena respuesta por parte de la audiencia, y si bien su paso por Buenos Aires
nos dejó con gusto a poco, ojalá podamos volver a verlos pronto brindando un
show, a nivel sonoro, un poco más acorde.
Pasadas las 20.30 el
recinto se acomodó para que seamos ofrecidos en sacrificio. Slayer nuevamente formó
parte de la grilla en un show que tenía a Maiden como headliners (recuerdo que
la vez anterior fue durante el marco de la gira de Virtual XI). Tristemente,
con el fallecimiento de Jeff Hanneman y con la incorporación de Gary Holt de
Exodus (a mi entender la mejor elección) como reemplazante (¿definitivo?),
veríamos a un Slayer sin dos de sus miembros fundadores. La otra baja sería la
de Dave Lombardo, alejado por temas meramente económicos del seno de la banda
cuyo mito indudablemente ayudó a construir. Paul Bostaph es el reemplazante
preferido y es la segunda vez que nos visita con Araya y los suyos.
Debo confesar que esta vez
extrañé a Lombardo, y mucho. Allá cuando vinieron por 1994 por primera vez también
en el Monumental, Bostaph llenó con creces los zapatos del cubano. Pero en esta
oportunidad su desempeño, para lo que nos tiene acostumbrados, fue un tanto deslucido.
De todas formas con esta salvedad, nos pasaron arriba como un Panzer con
infantería y todo. Hicieron un setlist colmado de clásicos; algunos de ellos
fueron “Seasons in the Abyss” (el cual fue interrumpido al inicio por problemas
técnicos), “South of Heaven” y “Raining Blood”.
Para el cierre con “Angel
of Death” no faltaron imágenes emotivas de Hanneman, telón de fondo con su
nombre (imitando el logo de Heineken) y ganas de vernos, público y banda,
nuevamente.
Bastante pasados de las 21 (esta vez la puntualidad
británica quedó en el debe), sufrimos un viaje en el tiempo a 1988. Nos metimos
en un show que deseábamos haber vivido cuando lo veíamos en aquél gastado VHS
copiado de un amigo en el histórico Maiden England.
Intro de UFO, luces fuera y Iron Maiden desgranando “Moonchild”
para volarnos las pelucas y encendernos los corazones. Pero un imprevisto nos
jugó una mala pasada: la valla lateral derecha colapsó y Bruce Dickinson dejó
de cantar para pedirle a la gente que retrocediera dos pasos. La banda finalizó
con la canción y comenzó un episodio inédito.
Por aproximadamente 30 minutos se esperó que el
personal reparara la valla para poder continuar con el show. Entretanto, el
FRONTMAN (sí, con mayúsculas) podría haberse retirado del escenario a su
camarín, pero optó por remar la situación como nadie, con bromas, tocando la
batería, presentando a Nicko Mc Brain que hizo lo propio tras el kit y tocando
con los cachetes la obertura William Tell para deleite de todos los que pudimos
disfrutar del bizarro/inédito momento. Por suerte nada hubo que lamentar y
zanjeado el inconveniente se pudo continuar con un show que costó levantar en
las primeras canciones: “Can I Play With Madness”, “The Prisoner” y “2 Minutes
to Midnight”.
Es probable que los incidentes hayan minado la salud
vocal de Bruce, quien tuvo que ajustar ciertos fraseos de algunos temas. Inclusive
la banda dejó entrever pequeños desajustes que, obviamente, los fans perdonamos
porque la profesionalidad de estos músicos, su grandeza indiscutible y el
arsenal de himnos ejecutados, hicieron que el show arribara a buen puerto.
Si bien evité leer el playlist, había canciones que
daba por sentado no podían faltar, como “The Trooper”, “Running Free” y “The
Number of the Beast”. Debo confesar que fui gratamente sorprendido por la
inclusión de “Phantom of the Opera”, con un interesante juego de pirotecnia,
aunque me llamó la atención la ausencia de “Hallowed be Thy Name”. De todas maneras, la Doncella de Hierro dio el
show que prometió dar, como expresamente lo dijo Bruce, sin quitar ninguna
canción de las que habían planificado, a pesar de lo sucedido.
En pocas palabras, Iron Maiden
cumplió, nos dejó anécdotas, mucha música y las ganas de esperarlos como todas
las veces que el Ed Force One aterriza en suelo argentino.
Por
Guillermo Bertinat
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